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Las cosas que aprendemos de nuestros padres podemos clasificarlas rápidamente en dos grupos: las que nos enseñaron a hacer bien y las que haríamos de una manera totalmente diferente.
De mi madre, por ejemplo, aprendí que en cuestiones del afecto hay que jugársela, mientras que, al mismo tiempo, me dejaba espantado con el nivel de organización financiera que tenía —y sigue teniendo—. Por parte de mi padre, entendí que endeudarse era mala palabra, pero, por otro lado, me asustaba la persona amante del dinero que era —y sigue siendo—.
Sin embargo, mis padres, aun con sus enormes diferencias, eran congruentes en lo que decían querer y trabajaban por ello. Con o sin resultados, decidieron defender sus decisiones con una moral que, hacia sus adentros, definen como intachable.
El ser humano es, de por sí, un autómata de recurrente ambigüedad; un ente biológico que ejecuta acciones incluso más allá de su propia autopreservación. Y eso está bien. Si hiciéramos exactamente lo que decimos que vamos a hacer, seríamos no más y no menos que una declaración ejecutiva de instrucciones. Código fuente. Por eso nos resultan increíbles aquellas personas que mantienen una coherencia entre el dicho y el hecho; una cohesión entre moral y acción.
Sin embargo, se fue todo al pasto hace rato. El liderazgo político y empresarial está pasando por momentos caóticos de desencuentro entre polaridades de raciocinio. Algunos ejemplos son:
- Un presidente poniendo aranceles a todo lo que camina, hasta que se da cuenta (o le hacen dar cuenta) que lo que está haciendo puede dañar a sus ciudadanos, y da marcha atrás con casi todo.
- Otro presidente diciendo que aquellos que quieren una devaluación de la moneda nacional son una basura, para un mes después, devaluar.
- Empresas obligadas a cerrar sus estudios de inclusión y diversidad para continuar recibiendo fondos federales (porque antes recibían fondos por tales políticas).
¿Se puede creer en un país donde no se respetan acuerdos básicos y explícitos? ¿Se puede creer en el liderazgo de una empresa que pintaba su loguito con los colores del arcoíris, para inmediatamente después despedirse del tema por una cuestión meramente económica?
Hay una frase que tengo de cabecera, que intento que sea mi guía tanto en mi trabajo como en mi vida personal: “Hacé lo que te deje dormir tranquilo de noche.” Ser coherente conmigo mismo son mis pastillas para dormir. Y necesito muchas horas de sueño.