Hay una frase en inglés que, creo, me define muy bien. La frase es “Jack of all trades, master of none”. No tiene una traducción literal, pero me animaría a traducirla como “un hombre que sabe de todo, pero no es maestro de nada“.
A lo largo de mi carrera tuve roles muy diversos. Podría definirme primero como un completo indeciso, y segundo, y en la misma medida, como alguien adaptable. Claro, a veces quisiera ser un experto en Power BI y que venga señor Microsoft a pagarme millones por día, pero no es el caso, ni quisiera vivir de eso.
Esta característica me llevó a ir cambiando de roles y de empresas, según lo que quisiese hacer de mi trabajo: programar, diseñar tableros, hacer pipelines de datos o hablar en inglés sobre los números de un proyecto. Lo hice todo. Y podría hacerlo de nuevo.
Ahora bien, hay personas cuyo enfoque es el opuesto. Pueden pasar años encasilladas en el mismo rol, haciendo todos los días lo mismo, viendo pasar sus días sin innovación. Suelen ser indispensables en una tarea, como el tipo de sistemas que sabe las contraseñas de todos los servidores, los puertos que están abiertos, como llega y a través de qué servicio tal o cual dato.
Son expertos en campos muy concretos de negocios, especialistas en ciertos ámbitos para muy determinados sectores de la economía. Personas cuya adaptabilidad, quizás, guardaron en un cajón, o más bien, consideran que ya no pueden moverse a otro rol o que no valdría el esfuerzo, sea por lo económico o por alguna otra clase de reconocimiento.
Hablando con personas que llevan más de 10 años en roles similares en una organización, me comentaron algunos que sienten temor al despido o a los cambios laborales, ya que no se sienten competitivos en el mercado.
Eso pasa: no son pocos los empleados que prefieren un 5% de aumento cada dos años en donde trabajan, a un 100% en otro lado desconocido, por temor a que el salto implique un rechazo inmediato.
El temor no es necesariamente algo malo: nos indica que una situación puede ser peligrosa para nuestra seguridad y supervivencia. Sin embargo, quizás sea importante preguntarse si este miedo nos está obligando a quedarnos en un lugar que no queremos estar, teniendo apenas un pedazo de la vida que soñamos tener en realidad.
Cambié de trabajo seis veces en total.
En todas medí los riesgos.
“Siempre puedo volver”, me dije.
Y no, nunca pude.
Quizás te acuerdes que me quedé sin proyecto hace unos años. Quise volver a tres de las empresas donde estuve, con tal de tener empleo y algo de seguridad económica. De ninguna me devolvieron el llamado. Por suerte, y es historia conocida, pude seguir trabajando en donde estaba. Entiendo el temor a que las cosas no salgan como se espera.
No me arrepiento de mis decisiones.
Estoy donde quiero estar.
El riesgo es parte de decidir.
No podemos asegurar sólo por nosotros que nuestro trabajo va a seguir existiendo a mediano o largo plazo. Somos dueños sólo de nuestro presente, de los conocimientos que adquirimos, de nuestras decisiones y nuestras metas.
Si sos infeliz con tu trabajo, te invito a preguntarte si estás en el lugar que querés estar.
A veces, la infelicidad laboral es pasajera.
Pero si venís así hace tiempo, y notás que tu trabajo no te lleva a ningún lado, quizás sea el momento de mirar más allá de tu escritorio.