¡Ah, que manera de hacer concesiones! ¿Cuántas veces en tu vida dijiste “si”? ¿Aceptaste el cartelito de cookies de Ánima? ¿Instalaste un programa en tu PC que al final era un virus? ¿Aceptaste tu actual trabajo por el monto que te ofrecieron? ¿Qué te pasa?
Humanamente estamos diseñados para evitar el conflicto y complacer. Por eso nos sale tan fácil ayudar a otros, porque queremos la aceptación relacionada a la colaboración. Irónicamente, aceptar otros requerimientos sin considerar nuestros deseos es un problema para el valor de nuestra colaboración. Por ejemplo, si un compañero de trabajo pide ayuda en armado de reportes de forma constante, en algún momento pasa a ser una “colaboración involuntaria” y se espera de tu colaboración de manera recurrente, porque la relación ya está construida así. El día que no quieras hacerlo más, hay un problema, hay un conflicto.
No es que ayudar esté mal. Al contrario, eso permite en algunos casos desarrollar relaciones. El problema es siempre complacer sin considerar nuestros términos. Y es el “no” lo que permite poder negociarlos.
En mis últimos dos trabajos en relación de dependencia, rechacé las primeras ofertas que me hicieron, pidiendo más dinero. Aceptaron en ambas la contrapropuesta, primero porque estaba dentro de valores de mercado, y segundo, porque una empresa con fines de lucro tiene como objetivo ganar dinero, y el dinero que no le dan a sus colaboradores es dinero que se gana.
No hay negociación si un “no”. En el momento que digas que “si”, las negociaciones se terminan.
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