Una empresa de la ciudad, familiar, maneja grandes números. Toda la familia tiene propiedades, ya sus hijos, y los hijos de sus hijos, están salvados. Como todo en este país, está la parte “en blanco”, y la parte que va “sin IVA”, “caja 2”, y otros nombres que la gente pone a lo que no es totalmente legal.

Cada tanto cae una fiscalización del ARCA y paga la multa correspondiente. O a veces, se accidenta un empleado (o peor) y se les paga una indemnización. No importa mucho. Los empresarios, mientras tengan tiempo para ir a jugar al golf, están perfectos.

Creo que podés poner a cualquier empresa local que conozcas en lugar de esta hipotética, y no te costará mucho entender a qué clase de empresa me refiero.

El contador de la empresa, explotado y mal pago como cualquiera en este país, fue a reclamar un justo aumento de sueldo al presidente en funciones. El contador fue con una libretita, teniendo anotado todo lo que hace por la empresa, sacrificando familia y amigos por el bienestar de un empresario que sólo le importa tener DirecTV en las instalaciones.

¿Sabés lo que dijo el presidente?

“Dejame verlo con mi hermana”.

Tal como si del Gobierno Nacional se tratase, este empresario, falto de visión y conocimiento de lo que hace su propia empresa, no reconocía a simple vista que al contador, tercerizado, le estaba pagando menos que a un empleado de carga, y quería planificar una respuesta a quien le estaba llevando la columna vertebral de los costos.

Si, ya sé. “El contador se tiene que ir” es lo que pensás. ¿Sabés que pasa? Que seguro vos, llegada la misma situacíon, harías lo mismo: no querés irte, sentís, a pesar de todo, cierta estabilidad, y como todo ser humano, tenés miedo al cambio.

Quizás esto suene obvio pero dejame recordártelo: para negociar algo hay que estar dispuesto a perder otra cosa. “Intercambio equivalente” decía Edward Elric.

Si negociás un aumento de sueldo la conversación pasa simplemente por dos lados: qué va a ganar el que paga más, y qué va a perder si te pierde. Todos queremos ganar.

Me dieron un muy buen consejo una vez, que es que, en estas circunstancias, ayudes al otro ver lo que va a perder si te vas. En este caso, quien te tiene que reemplazar va a tener que pagar los costos de reclutamiento, costos de entrenamiento, y no solamente eso, si no además pagar por un plan de contingencia si la nueva persona le renuncia a los 3 meses. ¿Ves? En lugar de pensar que pierde dinero, ahora el empleador o cliente piensa en que está haciendo un gran negocio al retenerte.

El temor a perder y al cambio es muy potente. Garantizar estabilidad, por otra parte, es muy placentero.

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Martín Longo

Director de Ánimadata y Business Intelligence Engineer. Quemadísimo, escribo acá mis opiniones.