Esta es la octava de mis leyes. Ensayos filosóficos orientados a lo corporativo, para tener en cuenta todos los días.
Un amigo trabaja en una empresa multinacional. Es scrum master, es decir, se encarga lo mejor que puede de ordenar los equipos que tiene a cargo, ayudando en lo que haga falta a que puedan construir algo, usualmente, productos financieros sin innovación alguna pero necesarios para la compañía donde trabaja.
Es ingeniero en sistemas, y tiene un círculo social que es la envidia de cualquier persona, además de un cargo jerárquico de alto nivel en la empresa de la que es parte.
Yo, salvo aquí en Ánima, no tengo un cargo jerárquico. Meramente soy analista o ingeniero de datos, además de consultor privado en tecnología relacionada a datos.
Pero hay una diferencia brutal entre mi buen amigo y yo, más importante que el rol.
El contexto.
Su estatus, bien pulido y cuidado, existe sólo en esa empresa, mientras que en mi recorrido tengo ya unas cuantas pasadas, las que pueden dar fe de mis habilidades. Y pagan en consecuencia.
Tengo el lujo de poder elegir dónde quiero estar. Qué proyecto me interesa. Qué dinero me sirve.
Sin lugar a dudas, la preparación de mi amigo es muy superior a la mía. No necesariamente eso le va a dar más prestigio o más dinero que a otros con menos profundidad o cantidad de habilidades. Todo depende dónde decida usarlas.
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Contraejemplos a la ley
Nuevamente, no hay contraejemplos. Nada mejor que poder elegir donde estás. En este ejemplo, mi amigo, en nuestras muchas charlas, agradece siempre su posición y se siente valorado, a pesar de mi escepticismo.
Si realmente sentís que estás en el lugar correcto, podés estar feliz.
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