Esta es la treceava de mis leyes. Ensayos filosóficos orientados a lo corporativo, para tener en cuenta todos los días.
Hace algunos años empecé a hacer terapia con Marita. No la estaba pasando bien, mi vida personal era un desastre, y mis percepciones de la realidad, como el meme, estaban bastante alteradas, y necesitaba que alguien me aconseje.
Marita era una psicóloga de libro. No escuchaba, quería hacer su negocio. Lo que necesitaba para avanzar era básicamente cambiar de aires, y lo hice de manera bastante radical en tres meses puntuales del 2019. En síntesis, tomé decisiones que eran necesarias para mi desarrollo, decisiones cuyos frutos me acompañan hasta el día de hoy.
Si bien reconozco en Marita un apoyo emocional muy importante en esas épocas, no era lo que yo necesitaba. De hecho, con el tiempo me di cuenta que ni siquiera necesitaba un psicólogo, que iba por deporte. Le pagaba a alguien para aconsejarme. No lo hacía bien, a mi parecer.
Más adelante, le comenté a mi hermano Bruno, también psicólogo, acerca de esta colega suya y lo que me parecía su tratamiento. Recuerdo haber usado la frase “ella me aconsejó”, a lo que él responde con una frase bastante categórica pero muy cierta, que ilustra esta nota: “tenés que estar muy preparado para dar un consejo“.
No era algo menor: en estas épocas, se buscan salvadores, líderes, tirapostas, algo en qué creer. Tienen difusión los “referentes” de trading, los gurúes, o aquella cuenta en Instagram cuyo negocio sea que vos hagas un curso diciéndote, por ejemplo, que vas a ganar en dólares.
Queremos que alguien nos dé la fórmula mágica de cómo sacar adelante nuestra relación, de ser más atractivos, de tener más clientes, de cómo invertir y ganar siempre.
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Volviendo a mi relación con Marita, entendí mal lo que creo yo que es lo que debe hacer un psicólogo clínico: el mismo debe acompañar, brindar una interpretación objetiva sobre nuestra narración física y verbal, y, por qué no, darnos herramientas para enfrentar la tragedia de vivir. Pero no aconsejar.
De hecho, creo que aconsejar conlleva un gran riesgo: nos compromete en una visión personal por naturaleza sesgada, y nos hace responsables sobre las decisiones que toma otro ser humano.
Intento, en cada uno de mis videos y notas, dar una herramienta más de intepretación de situaciones. Pero no creo tener “la Verdad”. Las verdades son únicas y personales. Y la Verdad, es sólo matemática. Esta nota, como cualquier cosa gratuita o paga de estas características, debés considerarla sólo una opinión. Las fórmulas mágicas no existen.
Si querés ayudar a alguien, creo que podés darle herramientas para reinterpretar su realidad, pensá en otros puntos de vista que esa persona no haya visto, abrazalo, mandale un mensajito. Pero no le digas lo que tiene que hacer. Eso es personal, y lo debe decidir por sí mismo.
Contraejemplos a la ley
Esta ley sólo aplica a cuestiones personales e interpretativas. En cualquier taller de persuación te enseñan que nadie cambia de parecer porque le marques un error. Al contrario, se incentiva a que le muestres alternativas y lo predispongas a la conversación.
Cualquier operatoria de herramienta o cuestión contrafáctica en matemática o física es un contraejemplo claro: si los números no nos cierran hay que escuchar. Si los números no le cierran a otro hay que aconsejar. Si alguien nos indica cómo usar una herramienta, hay que callarse y escuchar.
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