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Un amigo me mandó este meme (muy real), acerca de cómo los programadores viven y se visten:

No voy a mentirte: en casa me visto con camperas tan o más viejas que las que Homero tiene arriba, sin embargo, para salir, me gusta vestirme relativamente bien. Aprovechando mis viajes afuera, pude comprarme ropa que acá simplemente no llega, a un precio muy razonable. Sin embargo, viajar todos los años es bastante inconveniente, por lo que a veces, debo comprar ropa aquí.
El martes, aprovechando una salida con amigos, pasé por un local de ropa cercano a casa y vi una campera que me encantaba. No pregunté cuánto salía, pasé, me la probé, no me quedaba, pedí un talle más chico, y fue amor: me quedaba pintada como un cuadro de Dalí.
Cuando voy a pagar, la vendedora, muy amable, me da varias opciones: 40% de descuento en efectivo (que no tenía), 25% en 3 cuotas y 10% en 6. Después de preguntar esas promociones, me dice el precio: 205.000 pesos en 3 cuotas. “Con descuento”. Me gustaba, así que la pagué.
A pesar que la campera me guste, no pude evitar sentirme “golpeado” por el gasto. Las personas se sienten felices cuando gastan, pero más aún, cuando sienten que hicieron un trato justo. Ni siquiera lo gratis se siente tan bien como pagar por algo que se cree justo.
Y en Argentina, es particularmente difícil llegar a un buen trato.
Desde el vamos, hace años (muchos!) no tenemos estabilidad fiscal. No sabemos qué impuestos estuvieron el mes pasado, ni sabemos cuáles lo estarán al mes siguiente. No sabemos hasta dónde podemos ponernos un emprendimiento, y que el gobierno de turno (municipal, provincial, nacional) imponga tasas e impuestos. No sabemos si al producir nos van a abrir importaciones, haciendo caros u obsoletos a nuestros productos, compitiendo con un país donde la consigna “seguridad social” tiene el mismo valor que una promesa de campaña.
La comercialización de punta a punta de un solo ítem está compuesta de decenas de pequeños gastos, desde la compra de la materia prima hasta la tasa de barrido y limpieza del local: todo ello impacta en el ticket a consumidor final. Ni hablemos de los enormes costos financieros que tiene nuestro país: la billetera “más accesible” cobra arriba del 3% por cada transacción con tarjeta de débito.
Todo esto desencadena en una cultura del efectivo como rey, sin facturar, sin declarar. Menos impuestos para el Estado, más para pagar en negro a la empleada que está anotada menos horas en el local.
El monotributo fue un gran acierto para apoyar al emprendedor a contribuir a una sociedad en blanco, pero aquellos formadores de precios, como grandes comercios o manufacturas, necesitan señales más fuertes. Demasiados impuestos, demasiadas emergencias.
Bajar ingresos brutos. Bajar el IVA. Simplificar impuestos y quitar los eternos “de emergencia”, como el de al cheque. Hacer cara la evasión.
Y nosotros también: exigir ticket. Porque el IVA el local te lo está cobrando.