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En mis años de trabajar para empresas grandes, medianas y pequeñas, noté una diferencia brutal entre las culturas de las primeras con las siguientes dos categorías.
Primeramente, en las grandes empresas son todos empleados. Aún el jefe, que posiblemente tenga acciones, sigue siendo empleado y cobra su sueldo de manera regular. Ante la ley, no es más que su empleado, porque ambos están en relación de dependencia con la firma.
Ahora, con las pequeñas y medianas pasa algo curioso: los dueños son caras conocidas. Todos saben dónde trabajan, pero nadie sabe ciertamente a qué hora encontrarlos en la oficina.
En ambas me encontré con dos clases de dueños, los que se sientan con los empleados e intentan entender el problema, y aquellos que heredaron la empresa (o que trabaja “sola”) y disfrutan de lo que las generaciones anteriores les han legado, aunque quizás no en el sentido que ellos hubiesen querido: varios viajes a Europa en el año, todos los bienes y facturas a nombre de la empresa familiar, entre otra clase de cuestiones que el empresario local ha encontrado para hacer más rentable su actividad.
Cuestión de competencia
En el rubro de sistemas, somos algo más democráticos que otras ramas económicas: tenemos una idea y si funciona, genial, mientras que si no, hay muchos estudiantes y empresas listas a ofrecer alternativas, en un abanico muy amplio de costos. Obviamente hay costos a hardware específico asociado, pero son costos donde el mínimo producto viable puede ser irrisorio.
En negocios más tradicionales, entiendo que los riesgos son mayores: la manufactura de un producto o la compra y venta de materiales y su logística implica otra clase de peligros, pero con algo más de certeza en cuanto a la competencia. Usualmente, suele ser más difícil conseguir camiones, tinglados y maquinarias que una PC e infraestructura en la nube.
¿Te pondrías a producir canillas? Es algo difícil, sabiendo que tenés que encontrar proveedores del metal, maquinaria, empleados, know-how, y comercios que quieran venderlas. Además, ¿cuánto tardarías en recuperar el capital? Seguramente, años, pero una vez establecido, nadie te saca lo ya hecho. Usualmente, las empresas familiares no son de sistemas.
¿Cuántas empresas familiares de sistemas conocés que hayan estado más de 20 años? Seguramente bastante pocas.
La pesada herencia
El emprendedor de 90 años que le dejó la empresa a sus hijos, seguramente hubiese querido que ellos sigan el camino familiar que el proyectó. Sin embargo, la tercera generación tenga planes distintos: lo que el viejo pensó como una pizzería, el niño pensó como una cafetería que venda medialunas a 5 dólares la unidad.
El interés transgeneracional por una misma línea no se puede asegurar. Empresas constructoras donde nietos las han fundido por apostar los fideicomisos a la timba financiera son casos comunes. No sería problema, si no fuera por la cantidad de empleados que manejan.
Querido lector, te voy a desafiar con un caso muy común: una constructora empieza un edificio al pozo. Le va bien. Arranca otro, también lo termina, y todo marchó bien. Arranca un tercero, y la constructora se vio tentada a invertir en YPF. Le sale mal. ¿Qué hace? Claro, arranca otro edificio, junta fondos, termina el tercero… y así sigue.
No te das una idea la cantidad de deudas que tienen hoy las constructoras. Una muy famosa de acá de Rosario pagaba hasta un 12% anual en dólares por préstamos, poniendo de garantía las construcciones. ¡Ni el S&P paga eso!
No digo que todas las empresas familiares o chicas sean malas… pero antes de trabajar con una, hay que ver cómo se manejan, antes de tenerlos de clientes o socios.
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