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Quiero repasar una historia breve y conocida para mí, de la cual no voy a dar nombres, pero para hacer la lectura placentera, vamos a llamar al personaje de esta historia Roberto.
Roberto era un adolescente de clase media-baja trabajadora. No le sobraba nada, pero tampoco le faltó comida. Roberto era un pibe plenamente capaz, brillante y con habilidades artísticas que muchos hubiesen querido a su edad, como dibujar o tocar algún que otro instrumento. Era un pibe piola, pero en algunos comentarios se notaba algo de celosía por lo que otros tenían, principalmente lo más material.
Roberto, sin embargo, tenía grandes posibilidades de crecer y armarse un futuro mejor: sus padres, con muchísimo esfuerzo, le pagaban un colegio privado donde daban programación, algo que en aquella época (que no fue tan atrás) era envidiable.
Sin embargo, Roberto no le daba mucha cabida al estudio. Quizás, como una forma de escapar de la cotidianidad de las discusiones en casa, se centraba en los videojuegos. Encontraba también, en rabietas de la edad adolescente, razones para producir material. Era uno de los mejores editores de medios gráficos que conocí, aunque respaldaba su trabajo en diferencias con otras personas.
Roberto repitió de año, no una vez, sino dos. A la segunda, con buen criterio, los padres le dijeron: “Che, no te vamos a seguir pagando esto”. Roberto pasó sus días entre pequeños trabajos, ayudado por parientes cercanos, pero, al no tener el secundario terminado, además de su aversión al estudio, vio sus opciones fuertemente limitadas. Consiguió trabajitos en un sector limitado en cuanto a oportunidades económicas y decidió perfeccionarse allí. Terminó, a sus veintimuchos y por demanda laboral, finalmente el colegio secundario.
Actualmente, Roberto está de novio, contento con la vida que tiene, aunque, sin embargo, constantemente exige y le recrimina al mundo acerca de lo que él cree merecer, cuyo derecho imagina tener. Roberto quiere más dinero, más reconocimiento, mejores mujeres, pero simplemente la vida que eligió no es congruente con ello.
Sé que es imposible volver al pasado, pero quiero que imaginemos que podemos hacerlo. Imaginemos que Roberto sacaba fuerzas para terminar la escuela a tiempo (en efecto, su hermano mayor, con la misma crianza, pudo hacerlo) y podía comenzar una universidad. No me cabe ninguna duda de que, con su capacidad, hubiese podido tener una carrera muy relevante, incluso más que la mía. Imaginemos que tenía la disciplina de mirarse al espejo y, por culpa o por ambición (ambos muy buenos motores), decidía pelear por un futuro mejor para él o su familia.
Distinta hubiese sido su vida si su fuerza de voluntad hubiera estado bien respaldada. ¿Peor? ¿Mejor? No lo sé, pero si tengo que apostar por esa hambre de gloria que tenía de joven, creo que hoy sería una persona más feliz.
Roberto es uno de esos tantos casos de personas que reclaman por mejores derechos, por un mejor pasar, habiendo, fácticamente, tenido oportunidades para tener todo lo que dice no tener.
Sin embargo, jamás diría que Roberto es un fracasado: el fracaso tiene que ver con las cosas que se intentan con seriedad, donde se deja el alma y el cuerpo, tras noches largas de café y estrés.
Roberto ni siquiera lo intentó.