Hay quien cree, equivocadamente, que un buen jefe es aquel que deja a los empleados hacer lo que saben y no molesta. Equivocado desde todo punto de vista. Un jefe es responsable de la entrega correcta de un producto o servicio. Sin eso no hay valor entregado. Y sin valor entregado no hay dinero o recompensa. Es su responsabilidad velar por el cuidado del equipo y producto, y hacer lo que esté a su alcance para que las cosas salgan bien.

Por eso hemos invertido ya no se cuántos millones de dólares invirtiendo en herramientas de liderazgo y gestión, para ayudar a ese desarrollo. Agile, Six Sigma, Kanban, Scrum, Waterfall… Todo eso en pos del bienestar de todos los actores.

Creo en una frase en concreto, que es “dejar al profesional hacer lo que sabe“. Y esto se dispara en varios sentidos.

Si el profesional es plenamente capaz de entender el negocio y pelear su parte, excelente. La comunicación va a fluir. Cuando el profesional no sabe lo que hace (está perdido, desganado o sencillamente recién arranca), no hay que dejarlo, hay que acompañarlo o incluso perseguirlo. Como el tutor de una planta, hay que guiarlo a que crezca en la dirección deseada.

De un buen jefe, se espera que cada tanto ponga checkpoints (reuniones de progreso) con sus dirigidos. Es decir, que se reúna con ellos y no tenga miedo de preguntar y medir el progreso, midiendo los límites entre hacer micromanagement y ser un demagogo inútil como cierto Presidente. Empatía en la relación pero defensa de su misión.

Si el dirigente no tiene en claro el objetivo, su liderazgo será pobre, ya que no podrá guiar a quien lo sigue en la persecución de las metas. Al contrario, no va a ser respetado porque “no sabe lo que quiere”.

Suena sencillo ser un buen jefe, pero realmente, es un arte hacerlo bien. Por eso nos quejamos tanto de nuestros jefes: porque muchas veces, carecen de herramientas que son difíciles de armar, ya que se hacen con práctica que quizás, les falte.