No sé con qué frecuencia lo voy a hacer, pero voy a publicar mis experiencias de los cinco lugares donde fui, legalmente, empleado en relación de dependencia. Van a ser mis “notas definitivas” sobre estas experiencias, y si es necesario, las voy a editar para reflejar mejor los hechos del pasado, ya que del más antiguo pasaron más de 10 años y claramente uno pierde la memoria.

Excepto en este trabajo, porque es bastante obvio, no voy a nombrar ninguna otra empresa o lugar. Además, aclaro que son mis experiencias y están lejos de ser verdades indiscutibles. Algunos la pasan bárbaro. Otros, bastante mal.

Jamás lo hubiera pensado

Belén, con quien ya no tengo contacto, me había pasado por Messenger (lo que delata mi edad) que en el diario buscaban estudiantes de sistemas. Me dio el número, llamé y quedé en una dirección rosarina bastante extraña: Dante Alighieri sin número. Lo que encontré allí fue el Hipódromo de Rosario, donde una vez cada dos semanas se corrían carreras de caballos. Lo que buscaban eran simplemente cajeros para tomar las apuestas de los apostadores, además de pagarles lo que les correspondía si ganaban. En ese momento, en el año 2012, pagaban 250 pesos por día, lo que era bastante dinero por una sola jornada.

Me hicieron una prueba simple para ver si era apto. Evidentemente, lo era, porque a la semana siguiente me habían llamado para empezar. Todo marchaba bien.

Exacta, imperfecta, primera y segunda

Esas eran las cuatro apuestas que podía vender. La primera y la segunda eran precisamente eso: la primera pagaba solo si el caballo ganaba, mientras que la segunda pagaba si el caballo estaba entre los primeros dos de la carrera, pagando menos que la primera. La exacta consistía en dos caballos primeros en un orden determinado (siendo la que más paga), y con la imperfecta no importa el orden.

Las apuestas se cargaban en una maquinita del tamaño de una calculadora antigua, conectada en red a un servidor central, que calculaba las pagas de las apuestas y se encargaba de informar cuánto había que pagar. Los tickets se imprimían en papel térmico, con código de barras para, en el caso de que la apuesta fuera ganadora, ser leída por la máquina y esta devolver el importe a pagar. Esto era todo lo que tenía relación con sistemas.

La apuesta mínima era de un peso, sin límite, y era la forma legal de apostar. Sin embargo, en el predio rondaban algunos muchachos que tenían otras apuestas “paralelas”, que pagaban más pero no estaban aseguradas por el hipódromo. Era dinero que al lugar le hacía falta: mantenerlo costaba mucho más de lo que generaba entre sueldos y jornales, que en definitiva, salían del bolsillo del contribuyente. Creo que hoy la situación es muy distinta por la cantidad de eventos que allí se realizan, además de que un sector se está subalquilando.

Eran 8 horas en un lugar tranquilo donde podía comer un sanguchito de jamón y queso. ¡Qué buenas épocas! Encima, tenía el alta en la AFIP, así que estaba aportando. No podía pedir más.

Todo llega a su fin

Cada jornada de trabajo era preavisada. Me llamaban el jueves para ir el domingo, y yo confirmaba, o no. Hubo una sola vez donde no me llamaron. Y ahí desperté: si a mis 21 años quería algo más seguro y programar a largo plazo, tenía que buscar otra cosa. 250 pesos por día eran dinero para un estudiante. Pero no para alguien que quería irse de su pueblo y empezar a vivir en la gran ciudad.

Así, en noviembre del 2012, dejé mi primer trabajo en blanco, por el segundo.

Visité alguna vez el hipódromo en días de carrera, y ví que a pesar del tiempo, había gente que empezó conmigo que seguía trabajando allí.

Conclusiones

  • Paga: buena para lo que buscaba en ese momento. Ideal para estudiantes.
  • Calificaciones: aprender a usar una máquina muy, muy vieja.
  • Responsabilidades: bajas. El problema era que si la caja no cerraba, tenía que poner la diferencia.
  • Lo mejor: nula preocupación después de dejar el hipódromo. Dinero útil para un estudiante.
  • Lo peor: inestabilidad. Claramente como único trabajo no sirve.
  • ¿Volvería? No, creo que estoy en otro momento de mi vida.

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Martín Longo

Director de Ánimadata y Business Intelligence Engineer. Quemadísimo, escribo acá mis opiniones.