Esta es la sexta de mis leyes. Ensayos filosóficos orientados a lo corporativo, para tener en cuenta todos los días.

Una reclutadora con una cuenta de OnlyFans.

Un profesor que sale de joda con sus alumnos.

Un señor obeso de más de 50 años, maestro de jardín de infantes.

Una profesora de 25 años, vestida sugerente, enseñando religión en una escuela secundaria.

Un programador que trabaja para el exterior, perteneciente a un partido de izquierda.

No, yo no fui el que pensó que estas personas están totalmente fuera de sincronía con sus profesiones, fuiste vos. Y no te culpo. Discriminar es un comportamiento innato del ser humano. Hasta el más progre se cruza de vereda de noche cuando hay un tipo vestido de manera sospechosa en su camino.

Cada uno hace de su vida personal lo que le plazca. Dicho esto, y sin embargo, como ya habló Lucas en otra nota, el capital reputacional tiene valor. Y puede dilapidarse, o aún peor, ser construído de una manera totalmente equívoca a lo que queríamos lograr.


Al principio, parecer es todo lo que importa

A nuestro propio ser (a duras penas) lo conocemos nosotros mejor que nadie. El resto sólo tiene una “idea” de cómo somos.

Sobre todo ya tenemos un prejuicio hecho. Y hacer un juicio completo de la situación o los valores de otra persona nos lleva tiempo. A veces, no lo tenemos. Otras, no queremos hacerlo.

Es algo sobre lo que se puede trabajar: el hábito que nos viste. Por ejemplo, desde tiempos griegos, se confunde belleza con bondad. Las primeras impresiones son muy valiosas. Podemos trabajar tanto en la reputación que nos precede (aportes en nuestro ámbito de influencia) como en nuestra apariencia física (vestimenta, cuidado personal).

De la misma manera, los escándalos personales o profesionales pueden dejar una huella permanente, tanto en empresas como en individuos. Un profesor que insulta a un alumno, por ejemplo, quedará marcado y humillado en videos. Una mano mal puesta. Un futbolista que ama la noche.

En nuestra profesión, debemos dar una imágen coherente y congruente. Y evitar que se vean los agujeros del hábito que nos viste.

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Contraejemplos a la ley

Nuestra familia y amigos cercanos no necesitan ver un hábito, si no la persona que críaron y compartieron sus experiencias a lo largo de su vida.

Es fácil perderse en las apariencias. Por eso, la mejor manera de respetar esta ley, es ser honesto con uno mismo, aceptar diferencias con nuestros pares, y no perder la compostura.

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Martín Longo

Director de Ánimadata y Business Intelligence Engineer. Quemadísimo, escribo acá mis opiniones.